lunes, 19 de diciembre de 2011
Estoy buscando el sueño que dejé a medianoche
Su vida se deslumbró con la felicidad que iluminaban aquellos ojos negros. En aquel café se habían conocido años, -o quizás meses, el tiempo daba igual- atrás. Reencuentro de lágrimas que dejaban atrás todo el pasado vivido contando distancias. Se acercaron y pareció que se volvieron a conocer otra vez. Dos extraños que se reencuentran y se dan cuentan de que nadie les va a devolver el tiempo perdido. Cansados de todos los susurros de gente cuando ellos pasan. Ajenos a horóscopos que dicen que este mes nada les puede salir bien. Ajenos a tiempo y mundo. Ajenos a realidades, ficticas, reales, o paralelas. Se saltan semáforos y cruzan pasos de zebra de la mano. Ríen por el presente que hace que se les olvide el pasado y todas las noches sin musa y latidos de corazón que cada vez van más lentos. Encuentran inspiración hasta en las hojas de los árboles, y escriben versos en algún banco de cualquier parque. Suspiran entre besos y viven entre abrazos. Mueren porque nadie les devolvió todo aquello que ellos dejaron. Se arrepienten de muchas cosas, pero no piden perdón por nada. Ellos siguen. Viven. Están. Sienten. Mienten. Tiempo más tarde, se despiden. Dicen adiós sin saber si algún día se volverán a encontrar. Pero siempre les dijeron que lo bueno nunca acaba si hay algo que lo recuerda. Y ellos recuerdan, no olvidan. Recuerdan demasiado, quizás. Y sólo quizás... algún día... quién sabe. Se volverán a encontrar.
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J.D. Salinger
Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo
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